Quién era Flores

PosadasHace un tiempo me han vuelto a preguntar quién era Flores, el personaje histórico al que está dedicado el poema “Cadáveres” de Néstor Perlongher.  Como no lo he señalado en mi libro sobre su poesía, creo que es bueno hacerlo. El dato aparece en un artículo de Osvaldo Coggiola sobre la historia del trotskismo en Argentina, publicado originalmente en la revista del Centro de Estudios Históricos y Sociales sobre América Latina de la Universidad de París III en 1980 y recogido en el 89 por la revista británica Revolutionary History.1   Allí se consigna que Flores era un seudónimo temprano de Homero Cristali, mejor conocido más tarde con otro seudónimo, Posadas, fundador de la Internacional posadista, jugador de fútbol en Estudiantes de la Plata y teórico de la revolución permanente a nivel interplanetario.

“Flores” era el seudónimo que Cristali usaba en los años cuarenta, durante su período de militancia en Córdoba.  Durante esos años, la sección argentina de la cuarta internacional había sido creada de forma autónoma, y no tenía contacto con la Comisión latinoamericana de esa organización.  Los diferentes grupos trotskistas argentinos estaban aislados y dispersos en el país, y no habían participado de instancias a nivel internacional. Con el fin de unir los diversos grupos dispersos e integrarlos, en 1941 Terence Phelan (seudónimo de Sherry Mangan) llega a Argentina, como apunta Coggiola:

In Argentina Phelan also noted the weakness and fragmentation of the groups of Trotskyists. Displaying great energy, he travelled throughout the country and convinced the ‘regional’ groups of La Plata, Santa Fe, led by Narvaja, and Córdoba, where there were both Esteban Rey and ‘Flores’ (an early pseudonym of Posadas) – to join the unity process. Eventually, he succeeded in uniting them all in a Unity Committee in which, in August, he then proposed that the LOR participate.

“Cadáveres” fue escrito en 1981, el año de la muerte de Posadas en Roma.  La filiación trotskista de Perlongher dejó varias huellas en su poesía.  El caso más notorio es el poema “Lago Nahuel”, dedicado al histórico dirigente trotskista Nahuel Moreno del PRT.  Christian Ferrer y Osvaldo Baigorria consignan en la edición de Prosa plebeya que, del mismo modo  que “Cadáveres” fue dedicado a Posadas, “Lago Nahuel” fue escrito a raíz de la muerte de este dirigente trotskista:

Durante su militancia trotskysta Perlongher trató personalmente a Nahuel Moreno, dirigente histórico de esa corriente política en Argentina.  A propósito de su fallecimiento escribió este poema el 27 de enero de 1987, luego publicado en Hule.

El tema de las relaciones de Perlongher con los partidos de izquierda en los que militó (PO, PRT, más adelante el PT de Brasil, cuyo surgimiento analiza en el ensayo “Devenires minoritarios”) es complejo, dado que su periplo por las militancias izquierdistas no estuvo exento de desencuentros. Con todo, como ha señalado Flavio Rapisardi en un artículo con enfoque histórico sobre el movimiento homosexual en Argentina, si bien es cierto que la temática sexual podía resultar incómoda a ciertos cuadros dirigentes, en particular los vinculados al Partido Comunista, pero también a Montoneros (que, como cantaban, no eran “putos ni faloperos”; Perlongher dedica un espacio importante a la relación del FLHA con el peronismo en su “Historia del FLH”), era sin embargo la izquierda el único espacio político donde podía empezarse a plantear un debate sobre la opresión a la homosexualidad. Ello en el marco más general del funcionamiento de la opresión en el seno del capitalismo, del cual la homofobia sería una expresión coherente a la ética inherente al “espíritu del capitalismo”, como lo denominara Weber.

El costado político y militante de Perlongher ha venido siendo analizado, entre otros por Ben Bollig en un extenso estudio (el más comprensivo, a mi modo de ver, sobre su obra, que tuve oportunidad de reseñar) y más recientemente en un trabajo que presentaron Mario Castells y Carla Benisz a las I Jornadas de historia de la crítica en Argentina. Ambos señalan el distanciamiento paulatino de Perlongher del trostskismo. Ben Bollig es más específico, al calificar su deriva política como una asunción de posiciones crecientemente anarquistas. De todos modos, las huellas del la militancia trotskista de Perlongher son apreciables a lo largo de toda su obra, así como en algunas estrategias, entre la que llama la atención su particular interpretación del “entrismo”, que parece haber sido reciclado incluso en sus acercamientos antropológicos al miché paulista.

Recuerdo que una vez, cuando tuve oportunidad de exponer mi  investigación sobre Perlongher en NYU, se me hacía notar lo problemático de establecer una relación entre las posturas políticas de Perlongher y la izquierda dada la historia de conflictividad que ésta había tenido en el pasado con los movimientos por los derechos de las minorías sexuales, cuando no abierta homofobia (que por supuesto, no es patrimonio exclusivo de ningún sector político).  Creo que en primera instancia habría que preguntarse qué izquierda, cuál de todas, y también cuándo:  hoy por hoy, las izquierdas latinoamericanas han incorporado las reivindicaciones de estos movimientos a sus agendas políticas. Mi percepción es que, en el caso de Perlongher, como una suerte hijo pródigo del trotskismo, sus cuestionamientos políticos a los partidos de izquierda se hacen desde una verdadera oposición de izquierda, desde una radicalización revolucionaria a partir de lo sexual, que no está exenta de una tradición en el seno del pensamiento socialista ya en el siglo XIX, como lo prueban los debates sobre el amor libre entre los anarquistas de aquel tiempo.


1 Revolutionary History. Vol. 2 No. 2, verano de 1989. Nationalism, resistance and imperialist war: Trotskyism in Argentina and Scandinavia. Accesible en: http://marxists.org/history/etol/revhist/backissu.htm. Ver la segunda parte del artículo para la referencia.

Periplos okupa

Publicado en Freeway (Montevideo) y en Indig-NACIÓN (Nueva York)

Salí de Uruguay en el año 2000, para irme a vivir a Jerusalén por cinco años más, y terminar en Nueva York. Un periplo removedor, sin duda, en todo sentido de la palabra:  remoción física y mental. Mi vida en esos años de recrudecimiento del sempiterno conflicto árabe-israelí me eximieron de toda mirada turística hacia el estado de Israel y su política de ocupación. Las vueltas de la vida universitaria me trajeron a Estados Unidos, desde donde escribo estas páginas ahora mismo. Acá también hay un par de guerras, pero se ven por televisión, codificadas con estética de videojuego en los reportes de Fox News que el almacenero (aquí le llaman bodeguero) de abajo del edificio donde vivo pasa las veinticuatro horas. En el 2009 llegó la crisis. Mi madre, conversando un día por teléfono, un día me decía que yo debía ser “gafe”, porque a cada lado que iba, se armaba quilombo. Recuerdo que el día que me subí al avión para ir a Israel, Ariel Sharón había ido a la explanada de las mezquitas en Jerusalén. Al día siguiente —día de mi aterrizaje— comenzó la segunda Intifada, que formaría parte de mi experiencia cotidiana los siguientes cinco años. Llegado a Nueva York, el gobierno desastroso de G. W. Bush logró, sin proponérselo, cumplir con el sueño anti-imperialista del derrumbe del imperio.

Una de las respuestas fue el movimiento Ocupar Wall Street, surgido de una iniciativa del grupo canadiense Adbusters, como una forma de trasladar al seno de la sociedad estadounidense, y en particular a la “barriga del monstruo” (alusión martiana a Nueva York, que para mi sorpresa estaba bastante extendida entre la gente que participaba del movimiento) la experiencia de levantamientos populares que se venía dando en Medio Oriente y Europa, y que también tenía sus antecedentes en las movilizaciones latinoamericanas que marcaron el fin del apogeo ideológico neoliberal, en particular, el movimiento asambleario argentino, en el que habían participado algunos de los  organizadores de la ocupación del parque Zuccotti en Nueva York.

La idea no era extraña para mí. Yo ya había participado en las ocupaciones que llevó a cabo el movimiento estudiantil en Uruguay en el año 1996, y en Israel había tenido oportunidad de participar en las reuniones de Ta’ayoush, el grupo de cooperación árabe-judío, que si bien se centraba en la lucha contra la ocupación militar de Palestina por el ejército israelí, había tenido que acudir a la táctica de la ocupación en algunas ocasiones. Una de ellas fue la ocupación de la cancha de fútbol de la universidad palestina de Al-Quds, en Jerusalén oriental, para evitar que el muro que estaba construyendo el gobierno de Israel atravesara el campus universitario. Unas semanas después de esa acción  volví al lugar, para comprobar que el muro se combaba eludiendo la cancha, y seguía un poco más al norte con la ruta prefijada, para reunirse con el tramo construido en Samaria.

Las ambigüedades semánticas del término ocupar no estuvieron ajenas al debate del movimiento Ocupar Wall Street: por ejemplo, los puertorriqueños plantearon la necesidad de incorporar la retórica de la desocupación en casos de dominación colonialista. Llamaron a las asambleas en San Juan (Des)ocupa Puerto Rico. Pero más allá del debate sobre los términos y la semántica, lo que personalmente me llamó la atención fue el hecho de que en esas tres diferentes experiencias políticas en las que había participado con tantos quilómetros de distancia alrededor del mundo (Uruguay, Israel, Estados Unidos) existían ciertos denominadores comunes: la toma de decisiones por consenso en una dinámica asamblearia, la búsqueda de mecanismos de participación política horizontales o el aprovechamiento de medios de comunicación alternativos, como radios comunitarias o las redes sociales de internet.

En este sentido, importa constatar la importancia creciente que estos medios han tenido. Cuando participé en la ocupación del Instituto de Profesores Artigas (donde estudiaba la carrera de literatura en Montevideo) en el año 96, nuestra estrategia se basó en montar una radio comunitaria con una antena en el techo del edificio. Las posibilidades de alcance eran modestas en ese entonces. Internet, por aquella época, estaba en pañales. Pero a lo largo de los años, la expansión del acceso, la ubicuidad de las redes p2p y el advenimiento de la web 2.0 hicieron que el potencial político de estas nuevas maneras de comunicación comenzara a ser aprovechado cada vez más por los movimientos sociales. En ese sentido, Ocupar Wall Street viene generando una serie de experimentos de participación política horizontales en línea, siguiendo modalidades de trabajo y procesos de toma de decisión provenientes de los métodos de elaboración del software libre, donde la comunidad de usuarios puede acceder al código fuente de los programas informáticos, testearlo, desarrollarlo y contribuir mejoras a su funcionamiento. En ese sentido, el foro de la Asamblea General de Nueva York (http://nycga.net) basado en la plataforma abierta de BuddyPress, es un ejemplo, entre otros, de puesta en práctica de esta filosofía, y funciona como plataforma permanente de debate tanto de la asamblea general como de los grupos de trabajo.

En el conjunto del movimiento, existen unos ciento veinte grupos de trabajo que se focalizan en diversas tareas, desde asuntos operativos, como acciones directas u organización de eventos, así como de la cocina o la infraestructura informática y mediática, hasta proyectos de debate sobre alternativas al neoliberalismo: grupos de trabajo sobre economías alternativas (“Like it or not, Marx is back”), contra los desalojos de los hogares (una de las caras más tristes y visibles en la actual crisis estadounidense), temas educativos (creación de una “universidad nómade”, la iniciativa contra el endeudamiento universitario y por el libre acceso a la educación, etc.).

Si bien una de las críticas que más han sonado sobre este movimiento ha sido su falta de demandas concretas, para los que venimos participando en la asamblea general y los grupos de trabajo está muy claro que se trata menos de demandar que de poner en práctica alternativas de discusión política y de comunicación que tienen la ventaja de impedir toda cristalización pasible de ser cooptada por los poderes estatales. Si bien se han propuesto demandas específicas (como la reivindicación de un programa laboral público, “Trabajo para todos”, a ser financiado por medio de una redistribución fiscal que apunte a romper con el ciclo de acumulación del capital, y que no tenga en cuenta el estatus migratorio ni el pasado penal de los beneficiarios), no es la finalidad del movimiento presentar demandas a un gobierno que se ha mostrado poco efectivo en llevarlas a cabo (de allí la gran decepción con las promesas electorales de Obama), sino más bien de transformar por la vía de los hechos la esfera pública, haciendo que cambien por completo los términos del debate político tal como se venía dando hasta el momento.