Mercedes Roffé sigue la huella de la poesía decadentista, huella que en nuestro medio ha tenido sus seguidores, desde Delmira Agustini o Roberto de las Carreras hasta cultores más recientes, como Julio Inverso o Marosa Di Giorgio. Esta voz, venida de allende el Plata, aunque actualmente la autora resida en Nueva York, aparece en la literatura argentina bajo el antifaz de un alter-ego, Ferdinand Oziel, autor olvidado de un libro (El tapiz) del que sólo podemos apreciar el rescate fragmentario de unos textos mutilados por la censura. El fragmento como condición necesaria de una escritura que no se somete a una voz autorial es un rasgo que reaparece en Las linternas flotantes, este último libro de Roffé, donde es válida la propuesta que Teresa Porzecanski hace sobre el texto como diáspora, cuando la crítica se refiere a las escrituras de Perlongher y Lispector:
Se ha reflexionado mucho respecto de la relación entre texto e identidad en las literaturas llamadas «étnicas». En oposición a las hipótesis que sostienen que los autores étnicos escriben para «recuperar» o «elaborar» sus identidades culturales, estos […] escritores judíos latinoamericanos […] parecen haber escrito para esfumar sus rostros, para pasar de una identidad y circunstancia reconocibles por sus referentes (la biografía, por ejemplo), a otra de tránsito, de nomadismo, de peregrinaje. Han escrito para transitar de sí mismos hacia la indistinción. Esta indistinción, en tanto diáspora, es el lugar de dispersión de la individualidad, de transmutación del personaje social en lo humano genérico, es el camino de incorporación a lo universal.
La escritura de Roffé atestigua el mismo movimiento: el alfabeto hebreo, cuya mención aparece en el texto que abre el libro, es menos una marca de identidad que un enigma que transforma la vigilia en sueño de sombras:
Dormir con los ojos abiertos, bien abiertos
Dormir alerta
Dormir de pie, con la frente apoyada en el vano del día
Residir la noche toda en la pura presencia de la letra
Aleph Beth Yod
el rasgo el trazo-cifra
La escritura pasa a ser un código cifrado, una huella que no se sabe a dónde se dirige. La pura presencia de la letra no remite ni a un significado ni a una historia. Las pistas que Mercedes Roffé cifrara en el alter-ego de “Los tapices” (Oziel, autor judío argelino emigrado a Francia, a semejanza de la autora, descendiente de una familia judía del norte de África emigrada a Argentina) no remiten a una identidad sino que, como afirmó Marta López-Luaces, «es otra puesta en escena, otra estrategia para lograr el efecto deseado: la descentralización del nombre del autor, con todos los supuestos de género, época y estéticas que éste conlleva» (91). El yo poético en Roffé experimenta migraciones, como en una metempsicosis donde el alma fuera de personaje en personaje, habitando otros seres humanos que vienen a interpelar al lector:
No hay distancia
Soy ella
soy la insomne
la reencontrada maltratada en el desierto
soy sus ojos
soy su espejo
soy su distancia de mí y de sí misma (15)
En estos versos se pone de manifiesto el tránsito que el yo realiza entre personajes diversos, como un actor teatral, pero sin que el yo deje de resultar, en definitiva, otro personaje. El borrado del rostro, el tránsito hacia la indistinción, tiene como contrapartida una práctica libre sobre el sí mismo, haciendo de la subjetividad un espacio de creación autónomo, a la vez que habilita dirigir una mirada crítica hacia toda construcción autoritaria de la subjetividad, que suele articularse sobre nociones tales como las de género, nación o mercado. En la enumeración de lo que este ser en tránsito ve a nivel de lo real, se intersectan cuestionamientos a estas nociones a través de una iluminación parcial sobre las grietas que lo real (en tanto que resistencia al deseo) plantea:
Hay casas y hay escombros
hay casas allanadas y casas demolidas
hay tiendas, hay iglús, hay tepes
hay lofts hay búnkers hay palacios
hay ranchos hay taperas hay ramallahs
hay veneno hay títeres hay soplones
Los espacios mencionados aluden a situaciones heterogéneas, pero tienen en común su rasgo de espacios de inscripción del poder, sea el poder estatal militar o el poder privatizado de las condiciones del mercado. La mención de la ciudad palestina de Ramallah opera como elemento interpelante de cierto tipo de identidad nacional, la judía en este caso, que aparece señalada en diversos pasajes de Las linternas flotantes. Nuevamente, las marcas de identidad están allí para ser cuestionadas. La opción por la mirada desde el lugar de enunciación que posibilita la diáspora tiene carácter político, y es una estrategia de recuperación de la libertad. Oziel, poeta decadente, viene con su voz a dar ejemplo de el ensamble de interconexiones, de cambios e intercambios, que regatea su pertenencia y su anclaje a cada paso.
(Texto de presentación de Las linternas flotantes, leído en la librería La Conjura, Montevideo, 2009)